martes, 1 de abril de 2014

Juno y el Jardinero: un cuento angelical para reflexionar

En un reino lejano existió hace algún tiempo una bella flor. Su nombre: Juno. Era inquieta como todas las demás pero única. Un buen día, Dios encontró un jardinero para que la cuidara. Y ella feliz aceptó ser consentida. También asignó a algunos ángeles y arcángeles para que custodiaran esta relación.

El Jardinero tenía otro oficio, pero sin darse cuenta asumió con alegría su nueva función. Solo se requería que estuviera pendiente de ella, que le brindara el agua suficiente para mantenerla hidratada, que la moviera del sol si estaba muy fuerte y la protegiera del frío en la noche. No era gran cosa lo que tenía que hacer y él estaba motivado. Los ángeles celebraban este encuentro.

Poco a poco, el Jardinero se fue encariñando con la flor y ella con él. Le hablaba, le cantaba y hasta le bailaba. Ella mientras, disfrutaba con su ternura y gracia.  El amor comenzó a surgir. Solo que tenía un gran matiz de apego, lo que no lo hacía tan incondicional para inicialmente ser amor verdadero.

Algunas personas que pasaban por el lugar saludaban a Juno y ella contestaba con una sonrisa. Al Jardinero no le gustaba eso, se sentía celoso, sentía que ella le pertenecía y le reclamaba constantemente a Juno. De ser tierno, cualidad que a la flor le encantaba, pasó a ser enojón y hasta grosero. Muchas peleas se entablaron y muy seguidas en tiempo. Los ángeles observaban y oraban por ellos.

Él no se daba cuenta, pero a ninguno de los dos le hacía bien esta actitud. Cuando el Jardinero se disgustaba, descuidaba a la flor. No había agua ni palabras bonitas. Ella en silencio esperaba. Entendía que el que se enoja tiene doble trabajo: enojarse y contentarse solo.

Pero a este Jardinero, al que ella ya había aprendido a amar, le costaba recuperar su paz. A Juno, que le encantaban las historias de mitología griega (ella misma tenía nombre de diosa, pero romana), el Jardinero le recordaba al mismísimo Poseidón, el temible y caprichoso dios del mar, que hacía temblar la tierra y armaba tormentas en los océanos cuando se molestaba.

El conflicto y los roces continuaban pero como todos, Juno y el Jardinero contaban desde el cielo con mucha asistencia. Un grupo de ángeles contemplaba la escena completa desde una perspectiva elevada y una mañana la situación se complicó. El Jardinero abandonó a Juno; se enfureció tanto con ella, que no le importó descuidarla y echarla a un lado. La comunicación se cortó, la relación se quebró.

Los ángeles querían ayudar, veían a Juno llorar y marchitarse por dentro. Ella trataba de estar bien por fuera y continuaba sonriendo. El Jardinero también sufría. Buscaron a Dios y le preguntaron qué podían hacer. El creador les dijo: “confórtenlos y custodien, pero no intervengan a menos que ellos se los pidan. Es su elección y lección. Ambos, Juno y el Jardinero están aprendiendo y despertando en Mi”.

Dios y sus amorosos mensajeros celestiales, guiaron a algunas personas, para que se ocuparan de las aparentes necesidades terrenales de Juno y así, cuando pasaban cerca le ponían agua, le hablaban y entretenían. También velaban porque el Jardinero estuviera bien y a salvo. La comunicación entre ellos seguía interrumpida.

Los días transcurrieron. Entre tanto, Dios iluminaba sus mentes y ponía fe, certeza y amor en cada uno de los corazones de sus hijos amados: Juno y el Jardinero. Los dos eran igual de importantes para Él. Su Plan era perfecto y justo para ellos.

Juno estaba confundida, se sentía mal, no comprendía lo que había sucedido y pensaba que desfallecería sin los mimos del Jardinero; quería volver a verlo y escucharlo.  En sueños, un ángel se le presentó y le recordó que ninguno de los dos era culpable y que no debía poner cargas sobre los hombros del Jardinero. “Respeta su decisión”, le dijo. “Él es tan libre como tu. Agradece todo lo bonito que te brindó mientras te acompañó y bendícelo. Recupera tu alegría y tu color. Tranquila, Dios es tu sustento y no hay amor más grande que el Suyo. Estamos contigo donde quiera que vayas, el amor de Dios es lo único que requieres”.

Llegado el momento, Dios le habló al Jardinero:

“Hijo amado, desatendiste tu tarea. El propósito no era administrar, controlar ni mucho menos celar a Juno. De ella, de ti y de todas mis creaciones, me encargo yo. A nadie descuido, todos están bajo mi protección. A todos los preservo y asisto por igual.

Tu lección es aprender a amar. Con desprendimiento, con libertad, con incondicionalidad. Confundiste el amor con posesión. Juno no es tuya, nadie es dueño de nada. Pero, es en el compartir, interactuar y relacionarse entre ustedes desde el amor, que aprenden a perdonar y regresan a Mi. Ninguno entra al Reino de los Cielos solo.

Las cosas no son como parecen. Te había asignado a Juno, a ella le concierne ser tu canal de aprendizaje. Aunque comparten la situación, ella también tiene su propia lección, distinta pero correspondiente con la tuya. Este evento les está sucediendo a ambos, pero por razones diferentes.

No te condeno ni te juzgo, te amo y para mi eres tan inocente como yo mismo. Tampoco te juzgues, ni lo hagas con Juno. Con ella también he hablado. Los conozco a los dos, los creé a los dos, los amo a los dos.

Siempre te ofrezco la posibilidad de elegir de nuevo, cada día, cada instante tú decides el rumbo de tu vida. Estoy aquí para ayudarte y te envío a diario muchos ángeles para que iluminen tus acciones, todo está a tu favor si lo deseas. Llénate de mi y empieza de nuevo. El ahora es todo lo que hay, es hoy que puedes darle un giro y el desenlace que ansías. Vuelve al amor, esta historia aún no tiene final, lo moldearán tú y Juno. Te amo”.

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Juno y el Jardinero simbolizan, personifican y caracterizan las relaciones interpersonales viciadas por el mundo en el que vivimos. Cualquiera: de pareja, socios, familiares, amigos, compañeros, conocidos, etc.

¿Qué contamina una relación? El control, los celos, la venganza, el resentimiento, el orgullo, la manipulación, el victimismo, la baja estima, el deseo de tener la razón, entre otros. La vida es simple, el ego es complejo y lo enreda todo.

Si el anterior relato resuena con tu propia experiencia de vida, busca las herramientas celestiales y humanas para sanear tus relaciones. En previos artículos, ya he reflexionado sobre la aceptación de las lecciones personales y las ajenas. Ahora, cuando compartimos lecciones con alguien más, gústenos o no, esa persona nos obliga a crecer y nos muestra nuestra capacidad individual de amar y perdonar. Haz tu tarea, bendícelo y sana tus heridas.

Sírvete de mí por favor, Padre.
Bendiciones de Luz,
Sylvia